Crecí entre
bambalinas, mi padre era director de teatro, y desde los 12 años ando
subiéndome a los escenarios.
Mi debut, fue
con una comedia musical infantil “La Tierra de Jauja”, basada en pasos de Lope
de Rueda, y en entremeses de Cervantes. Yo iba a todos los ensayos y me sabía
la función de memoria. Un día, falló la actriz que hacía el personaje de
“Menegilda”, una criadita cómica, y le dije a mi padre que yo podía hacerlo,
así que me puse a ensayar y a los pocos días tuvimos un bolo en un hospital de
niños y allí me estrené. Estaba tan nerviosa que salí con la mascara que
llevábamos, puesta en la frente. En esa función conocí a José Luís Gil, que
teniendo solo algunos años más que yo, me ayudaba a pintarme unos coloretes que
llevaba en las mejillas, y para eso, yo tenía que subirme a una banqueta,
porque él era bastante más alto la verdad.
Le empecé a
coger gusto al maquillaje, y tomaba prestada la barra de labios rojo pasión de
una compañera, en cuanto esta salía al escenario, y me pintaba todo lo que podía.
Rosalía, que era como se llamaba mi compañera, aún siendo mucho mayor que yo se
convirtió en mi mejor amiga. Unos años después se casó con un ingeniero naval
que destinaron a Portugal, y se fue a vivir allí. La visité en varias ocasiones
y así aprendí a viajar sola y al extranjero, pues hasta entonces me había
movido mucho estando de gira con la compañía, pero siempre por España y
acompañada de mi familia. Recuerdo una vez en el Monasterio de Piedra en
Zaragoza, me quedé maravillada viendo los nenúfares flotando en “El lago del
espejo”, curioso nombre para un estanque lleno de lodo, pensé que podría
chapotear en el agua como Gene Kelly en “Cantando bajo la lluvia”, así que di
un paso adelante, y me hundí hasta las cejas. Mi madre en un acto heroico, me agarró
de los pelos y tiró hacia arriba, hasta que consiguieron sacarme entre varios
miembros de la compañía. Me llevé la esperada reprimenda y fue el actor
Saturnino García, el que me prestó su anorak, para que me lo pusiera en lugar
de la ropa mojada.
Estando de
gira, creo que fue en Barbastro (Huesca), mientras comíamos en un restaurante,
se acercó el camarero y me dijo que había alguien que quería hablar conmigo.
Salí a la puerta, y una niña de mi edad, me dijo que le había gustado mucho
cómo trabajaba y me regaló un collar hecho por ella con estrellitas de pasta y
tostado con la plancha. Me quedé atónita, pues a mis 12 años, y siendo la
tercera de 10 hermanos, era la primera vez que sentía que alguien reparaba en
mí. Son esas sensaciones que empiezas a tener con el público de teatro, y ya
nunca más puedes deshacerte de ellas. Ese es el veneno del que siempre hablan
los actores.
Recuerdo una
vez que invité a una de mis profesoras a que viniera a verme al teatro
Monumental de Madrid, y como llegó antes de tiempo, me encontró sentada en un
banco del vestíbulo haciendo los deberes. Ese lugar era mi habitación de
estudios.
En el teatro
me enamoré por primera vez de un actor que jamás me hizo caso, pues me veía
como su hermanita pequeña y además con el tiempo se fue a vivir con un hombre.
Y de esa manera en el teatro también normalicé la homosexualidad.
Entre
bambalinas empecé a fumar. A una compañera le habían regalado un pipa, y
durante la función, yo se la tomaba prestada, y encerrada en una cabina de los
baños de los camerinos, yo sola y escondida me fumaba una pipa entre escena y
escena. Otras veces en una televisión pequeña que había, veía los dibujos de
“Heidi”, que emitían los sábados por la tarde, en el único canal de televisión
que existía.
De aquella función fui
pasando a otras, y de personaje en personaje, hasta que en el año 80 mis padres
se separaron y él se fue a descubrir las Américas. En el año 83 decidí que mi
profesión sería esta y empecé a trabajar por mi cuenta.
Estando mi hermano mayor
en los ensayos de la obra “Mata-Hari” dirigida por Adolfo Marsillach -pues él
era el director de orquesta- le pedí que me dejara acompañarle. Me pasaba por
el teatro Calderón cada día, me sentaba en las últimas filas del patio de
butacas, y veía los ensayos exactamente igual que cuando era niña. El día del
estreno le dio un infarto a la actriz Silvia Casanova, y la mujer de
Marsillach, Mercedes Lezcano, tuvo que sustituirla. Yo le dije a mi hermano que
me sabía el papel que se lo dijera a Adolfo, y dicho y hecho: Mercedes ensayó
conmigo para la prueba que me hizo Marsillach, y esa misma noche debuté. A los
tres meses volvió Silvia a su papel y la compañía me despidió en mi camerino
entre aplausos, con un montón de regalos y una nota de Adolfo que decía: “Tu
nombre siempre estará pegado a mi historia de Mata Hari”.
Todas mis
primeras vivencias las recuerdo asociadas al teatro, y sin embargo le fui
infiel durante casi 10 años en que dejé de subirme a un escenario pues decidí
probar suerte en la tele y el cine. Otro mundo.
Hace
unos años retomé las tablas y volví a estar en casa, entre bambalinas. Ahora
estoy haciendo bolos junto a la humorista/periodista Marta Nebot basados en mi libro
“MISs tupper SEX; Sexo manual para mujeres abiertas” y lo llamamos: DIÁLOGOS DE
SEXO Y HUMOR.
Os espero en
todas las ciudades de España, para seguir sintiendo ese veneno que tenemos por
el teatro.
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