Fotógrafa: Krista Margaret (New York)
Haré un balance
general tras haber pasado tres meses en Nueva York –una ciudad que te absorbe y
estimula diariamente minuto a minuto–, con lo que supone para una actriz,
escritora o artista en general.
Cuando vas a un país extranjero
donde no conoces a nadie y llevas de equipaje de mano la inseguridad que te
genera un idioma que no es el tuyo, sientes el pánico al momento de la llegada misma,
y te replanteas todo, hasta el hecho que te llevó a embarcarte en semejante
aventura. Piensas en cómo y porqué dejaste tu espacio de confort y comodidad
que tenías en tu país, para ir en busca de algo que ni siquiera tú tienes muy
claro de lo que se trata.
Pero en un par de días
empiezas a descubrir el motivo que te llevó a hacerlo y que ya intuías cuando
proyectaste el viaje. Sobre todo si se trata de una ciudad como Nueva York, que
te ofrece todo tipo de soluciones al alcance de tus posibilidades. Es decir que
si tienes algo que vender, siempre habrá un lugar donde hacerlo y alguien que lo
quiera comprar.
Nada mas llegar a la
ciudad me matriculé en clases de interpretación en la escuela de Susan Batson
–Coach de Nicole Kidman y Julliete Binoche–. Mi sorpresa fue descubrir que era
imposible asistir a todas las clases que tenía pagadas –$900 al mes por clases
ilimitadas–, pues cada una de ellas dura cinco horas como mínimo y por
consiguiente se solapan unas clases con otras. Al principio entender esa manera
tan exhaustiva de funcionar me resultó difícil, pues no encontraba tiempo
alguno para mi vida personal. Desde cómo hacer la colada –hecho complicado en
Nueva York ya que hay que utilizar lavadoras públicas que funcionan con monedas–
hasta lavarme el pelo un día de marzo donde no solo está nevando en nueva York
sino que el Blizzer –tormenta de
viento y nieve– deja a su paso montañas de hielo repartidas por todas las
aceras de los diferentes distritos de la ciudad.
Tuve que organizarme y
decidir a qué clases prefería ir y de cuales podría prescindir. Como no era
fácil la elección, la vida me lo solucionó; tuve un desgarro en la fibra del
músculo del muslo izquierdo que me imposibilitó ir a clase durante dos días. Me reincorporé con una venda en la pierna que me duró casi un mes. A partir de ese momento decidí
no tomar las clases de cuerpo y no ir en fin de semana a la escuela –pues solamente s cierra en Thanksgiving y en Navidad–. Eso
también me ayudó a poder hacer un poco de turismo los fines de semana y quedar
con otros españoles que allí residían. Y es que me estaba perdiendo todas las
demás actividades en aras de mejorar mi inglés y mi interpretación.
En la escuela me di cuenta que el talento se
reconoce nada más verlo –venga de quien venga–, porque allí no importa quien
seas, ni de qué país procedas, el color de tu piel, o el acento con el que
hables ese lenguaje común que llamamos inglés pero que podría ser el Esperantor.
En esta ciudad tan cosmopolita todos somos iguales y tenemos las mismas
oportunidades, se aprecia lo diferente y se respeta la diversidad, de hecho es
un valor añadido que te salgas de lo establecido y pongas tu impronta y
personalidad en todo lo que hagas.
En Nueva York lo que
realmente importa es el trabajo diario –tu único aliado–, porque no se piensa
en otra cosa que no sea producir. A simple vista podría parecer deshumanizado,
sobre todo si tenemos en cuenta el hecho de que no se corta al medio día para
comer, o a media noche para cenar, la gente come cuando y donde puede
–incluyendo en el transporte público– pero nunca para de trabajar. Quizá en
otro tipo de profesiones no vocacionales pudiera resultar una pesadilla este hecho, pero
en un trabajo como la interpretación, resulta imposible funcionar de otra manera.
Pues tras una opípara comida, el cuerpo se siente tan pesado que lo único que desea
es dormir –de ahí la necesidad de la siesta española–, y eso te imposibilita seguir trabajando con tu
cuerpo y tus sentimientos en total estado de lucidez.
Desde el primer día
que te ven trabajar reconocen tu valía y te lo hacen saber al igual que cuando
no llegas a dar la talla también te lo afean. A mi me han llegado a decir que
soy un genio y me han comparado con Charles Chaplin.
Y es que en España
estamos tan acostumbrados a que nadie nos dirija ni nos guíe, que hemos
aprendido a hacerlo todo por nosotros mismos. En Madrid pueden darte un
personaje de la noche a la mañana para una serie de televisión, y no solo tienes
que haberlo memorizado sino que debe estar el personaje tan preparado como si
llevaras tres meses trabajando con él. La verdad es que eso te da un training que cuando vas a otros lugares
donde el trabajo del actor se respeta y valora, se quedan anonadados por tu
capacidad de darlo todo en dos segundos sin necesidad de preparación previa.
En Nueva York he
estado trabajando todos los días ante la cámara durante tres meses en clases de
más de doce horas diarias y en inglés,
demostrándome a mi misma quien soy y de
lo que soy capaz de hacer. He trabajado mi vena dramática y ahora sé que puedo
conseguir que la gente me tenga miedo, pena, se ría o llore conmigo. Sé que conecto con el público y que puedo removerles todo tipo de sentimientos. Y sin
embargo en España no encuentro un hueco en la industria.
He llegado a conseguir
en tan solo tres meses, una agente/representante y hasta un bolo de mi monólogo
MISS TUPPER SEX en una sala de Times Square.
Luego llegas a España y
te vuelves a enfrentar a los directores de casting que se mueven siempre con la
desidia del trabajo, que para facilitárselo contratan siempre a los mismos
actores/ces y no tienen tiempo ni ganas para nadie más.
¿Qué se hace entonces?, ¿te
vas a otro país a buscarte la vida aún con el hándicap del lenguaje, que
merma tu personalidad por no sentirte enteramente completa?, ¿o sigues
intentándolo en tu ciudad donde puedes utilizar tu idioma madre pero no tienes
ningún tipo de proyección? Hoy por hoy en nuestro país está habiendo una fuga
de cerebros de todos los gremios profesionales, incluyendo por supuesto el de la
cultura, que no iba a ser menos. Cientos de actores, actrices, escritores, escritoras
y artistas en general emigran cada año en busca de su sueño “poder vivir de su
profesión”. Y muchos otros artistas de todo el mundo, se dan cita en una ciudad
como Nueva York que es el centro neurálgico del arte y por ello nunca duerme, porque
se siente con la obligación de estimularte los sentidos continuamente.
En Nueva York he
dejado amigos e ilusiones;
Mi tutor llegó a decirme que no puedo privar al
mundo de mi talento y que me presente a los mejores directores y productores
del mundo y les muestre mi trabajo.
¿Y ahora qué se hace al
regresar, después de todo esto? ¿Vuelvo atrás como si nunca me hubiera ido? ¿Sigo
haciendo trabajos menores para sobrevivir? O ¿me lío la manta a la cabeza y me
vuelvo a un país que aunque es durísimo, premia a la gente con talento que se
mueve y se busca la vida? Esa es la pregunta del millón.
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