Mucho se habla de la
parte visible de la gala de los Goya, pero nada se dice de todos aquellos
profesionales que siendo miembros de la Academia de Las Artes y las ciencias
cinematográficas de España, acuden anualmente a disfrutar de la fiesta del cine
español, pero por no estar nominados o no haber sido elegidos para entregar
premios, no tienen una visibilidad ante los medios y por consiguiente viven otro
evento completamente distinto.
En realidad existen
dos galas paralelas en los Goya: una para la casta y otra para los demás. De
hecho el acceso a la alfombra roja (este año fucsia), es por una puerta distinta
a la que entran el resto de los mortales, incluso hay una cateriana o cordón de
separación, para que no se junten las dos partes. Esta segregación es con un
fin práctico; para que en la alfombra no se apelotonen los invitados y la
prensa tenga más facilidad para retratarlos. Los personajes mediáticos que allí
se congregan van pasando por el tapiz con hora de citación. Solamente pueden
pisar la moqueta aquellos que están invitados para ese fin y por consiguiente tienen
una hora y un tiempo determinado. Desde las 19h y hasta las 22h que empieza el show,
están haciendo un desfile de modelos por aquella pasarela diseñada para la
ocasión. Y digo desfile con toda la intención porque la gente de la calle piensa
que los protagonistas se compran vestidos y joyas especialmente para ese día, y
nada más lejos de la realidad. La mayoría de los diseñadores prestan sus
mejores creaciones a los artistas que pisan el tapete. De hecho, en la sede de
la Academia de cine existe un Show room de vestuario, compuesto únicamente con
modelos de diseñadores españoles, para promocionar la marca España. Pero cada
actor/actriz es libre para decidir si vestirse allí o hacerlo en la tienda de
cualquier otro modisto extranjero, que le haya ofrecido un vestido con el que
se sienta más a gusto. Hay incluso un departamento de maquillaje y peluquería
patrocinado por las mejores marcas del sector para que las actrices luzcan sus
rostros de lo más radiante. La verdad es que la Gala de los Goya se ha
convertido en la hermana cinematográfica de Pasarela Cibeles.
Una vez en el
interior del auditorio, todos los asientos con mejor visibilidad y los de las
primeras filas son los destinados a aquellas personas que suben o podrían subir
al escenario, bien porque están nominados o bien porque entregan algún premio. Las
otras butacas centrales son para protocolo: políticos, televisiones,
patrocinadores, etc. Y el resto de asientos son repartidos cuidadosamente por los
encargados de comunicación de la Academia de cine, para que todos los
académicos e invitados en general estén cómodamente sentados, (en años
anteriores cuando la Gala se desarrollaba en otros espacios escénicos, las
butacas del entresuelo siempre estaban destinadas para estos últimos).
Cuando por fin
termina el espectáculo, tras cuatro horas sin prácticamente moverse de la
butaca, los invitados se dirigen a unos salones contiguos al auditórium –en la
misma planta del hotel–. Un coctel cuidadosamente preparado está esperando para
saciar el hambre y sed de todos los asistentes. Además de este ágape central y
socializado, hay otras fiestas alternativas organizadas por las principales
películas para celebrar sus premios o, la carencia de ellos, donde solamente
están invitados los de la casta.
El caso es que puedes
ir a la entrega de premios de los Goya y no chocarte con ninguno de los
artistas del momento. En ocasiones sólo los puedes ver de lejos en el escenario
y con mal sonido ya que todo está dispuesto para que sea perfecto en antena, o a
través de las gigantescas pantallas que retransmiten la gala en directo dentro
del auditorio. De esta manera compruebas cómo se está viendo el acto desde la
televisión de cualquier salón, e imaginas a los telespectadores tumbados cómodamente
en el sofá de su casa y al abrigo de una manta zamorana, marca España.
En esos momentos es
cuando te preguntas porqué desechaste la idea de haberte quedado en el confort
de tu hogar y decidiste a última hora arreglarte para ir a ver los premios.
Aún así, el simple
hecho de haber conseguido las entradas para este acontecimiento anual, ya es un
privilegio. Pues no hay suficiente aforo en ningún auditorio de Madrid para
albergar –cómodamente sentados– a los mil y pico académicos que vienen
acompañados de sus parejas, y añadir a la gente de protocolo, a los
patrocinadores y demás compromisos.
El caso es que adquirir
una entrada para los Premios Goya, es todo un vía crucis: has tenido que ser
académico al corriente de pago en las cuotas, haber ido previamente a las dos
asambleas anuales, mostrado tu deseo de ir a la gala y confirmando varias veces
tus localidades que además son personales e intransferibles. Porque si no has
hecho todo eso, entrarás en un sorteo donde puede ser que te toque la entrada o
no. Cuando por fin has logrado tener tu invitación en la mano, tienes que
agenciarte un vestido acorde con la ocasión –porque si no vas a estar en la
alfombra roja, nadie te lo va a prestar y, se ruega ir de etiqueta–, también tendrás
que pagarte la peluquería y tener coche o liar a alguien que te lo deje o, que
te lleve y te traiga, pues el Hotel Auditórium está cerca de Torrejón de Ardoz.
Cuando pasas todos
estos requisitos y llegas al hall de del hotel, te encuentras con los
compañeros y compañeras que al igual que tú han pasado todo el proceso y han
conseguido llegar hasta allí. Vienen los saludos y las risas y entonces decidís
tomar algo de beber antes de que empiece el show. La cafetería del hotel está a
reventar, pero tras unos cuantos empujones, alcanzas un sitio en la barra y
pides las consumiciones para todos tus amigos. Curiosamente esas bebidas no
están incluidas en la invitación y hay que pagarlas a precio de hotel
internacional.
Por fin empieza el
espectáculo y la gala apunta maneras, aparece un número musical muy emotivo y a
continuación la revelación del momento, un Dani Rovira gracioso, entrañable que
te hace pensar que vas a pasar unas horas de diversión. En algún momento la
cosa se tuerce y se te empieza a congelar la sonrisa que llevabas puesta, para
tornarse en bostezos cada vez más grandes. Son la consecuencia del tedio que
supone un montón de egos dedicando el premio a sus familias.
Siempre me he preguntado
¿quien se inventaría eso de compartir la estatuilla con su madre? Yo no he
estado en ninguna otra entrega de premios que no fuera de artistas, pero estoy
segura que los científicos cuando reciben un galardón dan las gracias a los
patrocinadores por haberles dado la posibilidad de seguir con las
investigaciones y, después comentarán la cantidad de logros que han conseguido,
para que los mecenas e instituciones decidan seguir apostando por la ciencia.
El caso es que en el
tema del cine ya se ha institucionalizado así y ahora parece imposible poder
cambiarlo. Supongo que a alguien en algún momento se le ocurrió decir aquello
de que sin su mujer, marido, pareja, etc. no habría sido posible aquel premio, y
ahora no se puede entender que tengas que dar sencillamente las gracias por
otorgarte aquello que mereces.
Yo propongo desde
aquí a los compañeros de la academia de cine, que el año que viene hagamos el
propósito de meterle contenido a los discursos para que aunque hablemos poco
tiempo en el escenario, sea interesante aquello que digamos. Podemos comentar la
problemática que tenga la película en cuestión, o decir lo difícil que es hacer
cine en este país, o dar ideas para poder sacar adelante las próximas
producciones… En fin, cualquier cosa menos seguir dedicando el premio a tu madre,
la abuela o al perro. Porque tenemos que ser conscientes que en ese momento hay
millones de personas observando y debemos dar una imagen más inteligente de la
gente que nos dedicamos al cine en España. Pues aunque sólo unos cuantos sean
los elegidos cada año, esos representan a una industria que aún siendo pequeña,
pasamos del millar de profesionales.
El caso es que al
terminar la gala te lanzas al ágape con un hambre feroz pues son las dos de la
madrugada y tienes el estomago vacío. Compruebas con tristeza que el catering
de la edición pasada fue mucho mejor que este, y que a día de hoy –quizá por
estar saliendo de la crisis–, la cena se ha convertido en unos tristes canapés
y unas cucharitas de presentación, con detalles culinarios minúsculos y un poco
rancios –tal vez en cocina tuvieron que recalentar las tapas debido a la
extensión de la gala–, que entre otras cosas, te dejan silbando.
Tras pasar unas horas
de frio –pues los vestidos de fiesta suelen ir con tirantes o estar muy
escotados–, acabar con un dolor de pies imposible –por lo extremo de los
tacones para este tipo de eventos–, con la cola del vestido llena de lamparones
–de haber barrido todo el hotel, y aguantado pisotones con tirones de falda a
cargo de todos los comensales– y terminar criticando la gala con los compañeros
que te has encontrado, como si no hubiera un mañana; decides marcharte de allí,
pero no sin antes descalzarte un rato mientras te tumbas en un sofá del hotel. Al
final llegas a la conclusión que los próximos Goyas los verás en tu casa con la
batamanta puesta hasta el cuello y el gin tonic en la cabeza a lo Carmen
Miranda.
Yo he de decir que este
año tuve suerte, pues la diseñadora gallega María Viqueira me hizo un vestido a
medida con un cuerpo elegante lleno de bordados, pero sobre todo con manga
larga para que no pasara nada, nada de frio.
En esta edición la
casta han sido unos, pero en los próximos años seremos otros, así que, utilicemos
la humildad, seamos todos y todas iguales, y sobre todo, dejemos los egos
aparte.
¿TÚ QUE DIRÍAS SI TE DIERAN UN PREMIO?
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